Por: Diego Alejandro Jaramillo
Vicerrector Académico de la Universidad de Los Hemisferios
Vicerrector Académico de la Universidad de Los Hemisferios
La Calidad en
la Educación es un tema que ha preocupado a las grandes civilizaciones desde
siglos atrás. Formar bien a los miembros de una comunidad establecía parámetros
culturales y a la vez aseguraba un desarrollo permanente y coherente de sus
miembros de cara hacia el futuro. Claro,
podemos intuir que la profundidad del conocimiento dependía del nivel del
maestro, un tema que hoy en día sigue siendo el pilar de la búsqueda de la
calidad. Desde hace unos años las instituciones educativas comenzaron aplicar parámetros de calidad que
antes habían pertenecido al ámbito empresarial, como el ISO 9000 y
posteriormente se adaptaron modelos específicos, como el EFQM (Fundación
Europea para la gestión de la Calidad). El problema fundamental no consistía en
diseñar una serie de procesos y cumplirlos, sino en lograr cambiar la
mentalidad de las personas de la institución, que son finalmente los que deben
comenzar a pensar y actuar en términos
de calidad.
El ISO 9000 se enfoca en los
procesos. En el caso de la EFQM: Orientación hacia los resultados; Orientación
al cliente; Liderazgo y coherencia; Gestión por procesos y hechos; Desarrollo e
implicación de las personas; Proceso continuo de aprendizaje, innovación y
mejora; Desarrollo de alianzas; Responsabilidad social de la organización.
Si lo analizamos desde esta
perspectiva, apuntar a la
calidad es mucho más que tener buenos programas y buenos profesores, es
comenzar a recorrer un camino trazado de antemano y con unos estándares altos
que sumergen al docente en un andamiaje burocrático al que no está
acostumbrado. Quizás por esta razón en cualquier modelo de calidad la
complejidad más grande radica en las personas.
Hoy en día vivimos una serie de
exigencias tanto a nivel escolar como universitario. Al igual que cualquier
cambio de mentalidad, han aparecido los inconvenientes, hasta que finalmente
estos cambios se interioricen y comiencen a formar parte del quehacer
cotidiano. El problema no está en el fondo, pues sería ridículo pensar que no
se debe apuntar a la calidad y peor aún, decir que nuestra educación marcha a
la perfección. La crítica general apunta a la forma. No se puede lograr una
“mentalidad de calidad” en poco tiempo, toma al menos una década; no se pueden
exigir solamente parámetros cuantitativos mensurables; la educación tiene un
factor humano fundamental: los valores, el cariño, el trato personal, no se
pueden medir de manera matemática. Así que se debe pensar más en el asunto. Calidad,
claro; cambio de mentalidad, por supuesto; sin olvidar que la calidad es un
asunto de personas y para personas.
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