“INDEG –Escuela de Gerencia- es una institución sin fines de lucro, con diez y siete años de presencia en el Ecuador, creada con la finalidad de impartir formación integral a las personas que pertenecen a los mandos medios y directivos de las distintas empresas, instituciones u organizaciones del Ecuador y el mundo.”


lunes, 25 de abril de 2011

Tiempos extraños: Humalíder y Capatazgo


Por: Diego Ignacio Montenegro

Sugerimos fervientemente a los lectores que antes de comenzar a leer estas líneas,  revisen la primera parte de “tiempos extraños”. En ella encontrarán los personajes y conceptos a los que nos referimos en la continuidad del tema. El “Doctore” o símbolo principal del “Capatazgo”, y el “Humalíder”, personificación del líder humanizado.

El humalíder tiene alta posibilidad de blindarse frente a estados emocionales que alteren su percepción sobre lo importante: las personas. Y al hablar de la dimensión “persona” nos referimos a las acciones, capacidades y conocimiento que puede desarrollar, para lograr sus objetivos y el de las organizaciones. 



Pero la verdad sea dicha, siempre se ha apelado a la racionalidad. La razón siempre ha intentado gobernar nuestras vidas porque  ha sido (o fue) sinónimo de eficiencia, de éxito, de logros, de estatus social y hasta de transcendencia. Los racionales fueron admirados, imitados y engrandecidos.  Es decir, ¿el “capatazgo” ha sido aceptado como el “invitado no deseado” dentro de la vida empresarial? La conclusión inicial puede ser dura: a muchos les puede intimidar el “látigo” del “Doctore”. Seguro si. Incluso pueden sentir un profundo respeto y admiración por este personaje e interpretarlo como el buscador del bien común: el “látigo” entonces funciona.
 
Pero es imposible ser racional sin ser emocional. Es probable que las emociones puedan nublar la conciencia, pero sin emociones no hay siquiera posibilidad de conciencia.[1] El humalíder debe ser cabeza y corazón. Pero su liderazgo obliga, necesariamente,  a complementar  la fórmula con la adición de intuición, con esa capacidad de tener visión de futuro y predicción del cambio.



El “capatazgo” se centra en objetivos, hace cumplir los planes empresariales, alienta la competencia y festeja los resultados; pero, “castra” indiscutiblemente la libertad, la imaginación y la autoestima de las personas. Su patrimonio es la inseguridad, la motivación interesada, el comentario prejuiciado y la comunicación limitada.

Es ambiguo pensar en “capatazgo” en la era de Amazon.com de Jeff Bezos, del ipad 2 de Steve Jobs o el Red Bull de Dietrich Mateschitz. Todos  “serductos o provicios”[2] basados en la emoción e intuición de sus creadores. Humalíderes con la habilidad de poner a los consumidores y colaboradores como las “superestrellas”, como los “protagonistas de la historia”, tener a la gente tan emocionada, que no tenga la intención de mirar hacia otros productos o hacia otras empresas.




[1] Eztracto tomado de Metamanagement de Kofman, F.
[2] Serductos = servicios complementados con productos. Provicios = productos que tienen componentes de servicio.

lunes, 18 de abril de 2011

Tiempos extraños


Por: Diego Ignacio Montenegro            
  
Los tiempos extraños no son sólo patrimonio de los “realities” de la televisión. Pareciera difícil entender como personas, aparentemente normales, pueden convivir meses en una casa rodeados de mini cámaras que graban hasta el último segundo de su intimidad personal; o presentar la vida familiar en capítulos de treinta minutos con comerciales de por medio.

Los tiempos extraños también se muestran en el mundo de la política (o mejor dicho de la “distorsión” política). Piense en una elección presidencial, en donde en la recta final se encuentran un militar socialista, la hija de un ex presidente preso de ascendencia japonesa, un empresario derechista y un ex presidente queriendo reeditar su mandato. ¿Extraño? En estos tiempos lo extraño parece normal y lo normal parece extraño.



Lo normal, hace poco, era que nuestros padres nos envíen a estudiar una carrera técnica en alguna universidad prestigiosa (mejor si era extranjera). Los tecnólogos e ingenieros abundan tanto como los políticos. Debemos reconocer que nuestra formación en “liderazgo” se parecía más a una formación en “capatazgo”[1]; en el arte de la vigilancia desconfiada, en estar atentos todo el tiempo para que las personas de alrededor no se les ocurra hacer algo que perjudique a la empresa.  Similar a la figura imponente de los “Doctore” (capataces con látigo), en la época romana de los esclavos destinados a dar su vida en la “arena” como gladiadores.



Los “Doctore” de la empresa moderna son distintos. Han dejado el látigo por el conocimiento y la fuerza bruta por la fuerza emocional. No significa que se han suavizado, sino que se han humanizado. En algunas organizaciones los tildan de débiles o faltos de fortaleza. Quizás porque a esas empresas sólo les interesan los “músculos” que acrecienten la última línea del estado de pérdidas y ganancias.

Los “Doctore” de la época de Google, de los viajes turísticos espaciales, de la bioecología, de la emopolítica[2], son necesariamente “humalíderes”. Personas enfocadas en la búsqueda del sentido de las cosas dentro de la organización, del desarrollo y búsqueda del conocimiento, de la conversión del capataz en coach[3]. No pueden ejercer el liderazgo en pausas (como durante las crisis empresariales) o en momentos convenientes. Su liderazgo debe ser permanente y persistente.



Los gladiadores actuales no se mueven con el golpe del látigo, sino con dirección y libertad. Quieren esa libertad, traducida en poder expresar sus deseos y sus ideas abiertamente. Necesitan ayuda para ubicarse en la “arena”, en el contexto actual de los acontecimientos, para establecer la estrategia adecuada para enfrentarse al contrincante (que no siempre es visible) y trabajando con otros gladiadores en equipo. 

En tiempos extraños, los “humalíderes” tienen la obligación de lograr que estos neogladiadores cumplan sus objetivos y sueños, por el camino adecuado y de la forma correcta para conseguir un mundo superior.


[1] Término utilizado por el autor que hace referencia al capataz. “Capataz” según el diccionario de la lengua española tiene como significado: persona que gobierna y vigila a cierto número de trabajadores.
[2] Término utilizado por el autor para hacer referencia a la estrategia emocional en la política utilizada en la actualidad.
[3] Término inglés que hace referencia a entrenador de un equipo.

jueves, 14 de abril de 2011

Estrenar la voluntad.


Por: María Auxiliadora Rodríguez de Ramírez

La voluntad es una de las palabras más venidas a menos en nuestros días, no solo por el nivel de tergiversación al que es expuesta consuetudinariamente, sino también por la escases extrema que los hombre y mujeres de hoy adolecemos.

Empecemos definiendo, en la medida de lo posible,  voluntad. Voluntad (del latín voluntas) es la facultad de ordenar la propia conducta. Evidentemente, está relacionada a la personalidad de los seres humanos, y se la suele identificar como una especie de fuerza interior que permite concretar una acción en función de un o unos resultados.

No obstante, la definición de voluntad trae consigo una estela de contradicciones, contraposiciones y objeciones, dependiendo del analista. Por ejemplo, si estamos parados en la esquina de la filosofía, la voluntad tiene que ver con el libre albedrío; si la brújula gira hacia la política, el concepto habla más de poder y soberanía en las decisiones. En todo caso, está dentro del lóbulo límbico del cerebro de la mayoría de las personas, que si alguien toma una decisión según sus convicciones, estará haciendo su voluntad y si tomara la misma decisión por alguna acción externa, estaría haciéndolo contra su voluntad.


Pero la voluntad está arraigada más profundamente, en esos recodos intangibles del hombre, desde donde nace el camino que lo convertirá en persona, mas allá de ser solo un individuo. Es más,  me atrevo a decir, que la voluntad, es lo que realmente nos separa de los animales en la escala zoológica.

¿Cómo podría ser esto, si los animales son claramente menos dotados de capacidades intelectuales que los hombres y las mujeres? Partamos de una concepción antropológica de persona que lo dibuja como un ser único e irrepetible, compuesto de alma y cuerpo y dotado de inteligencia y voluntad.  Es tan cierto este enunciado, que la comprobación científica del mismo nos lleva a comprender el valor de la voluntad. La ciencia ha comprobado que no existen dos seres iguales en la naturaleza, pues hasta en el caso de gemelos idénticos, las características tangibles e intangibles de ambos llegan a tener diferencias, por tanto, si la naturaleza no produce dos seres iguales, no hay posibilidades de que de manera natural, se repitan.  




Cuando observamos un cadáver es inevitable pensar en el ser humano que fue, puesto que al haberse convertido en un “cuerpo” según el argot médico o judicial, entendemos que perdió algo irremplazable, aquella parte no tangible al que comúnmente se suele llamar alma.

 Si preguntamos a un grupo numeroso de personas alguna característica exclusiva de los seres humanos, la mayoría de los encuestados responde con frases alusivas a la inteligencia. Les propongo pensar en lo siguiente: existen animales cuyo cerebro, en algunas circunstancias empujado por la supervivencia como aquellos que no comen determinadas plantas porque las reconocen como venenosas, y en otras por la curiosidad científica de la humanidad, ha desarrollado habilidades para el adiestramiento. Me refiero a casos como la perrita que los rusos enviaron en un cohete espacial adiestrándola para que aplaste botones y hale palancas, o los perros San Bernardo que rescatan perdidos en la nieve, o los delfines que encuentran náufragos, etc. Es probablemente el nivel mas alto alcanzado, hasta ahora, por los animales. 

Cuando un ser humano, por razones congénitas, perinatales, o adquiridas durante la vida, lesiona ciertas áreas de su corteza cerebral, pierde la posibilidad de desarrollar ciertas habilidades específicas de la zona lesionada. Dependiendo del grado de la lesión podrá potenciar otras para compensar. Es en estos casos en que, con la ayuda adecuada, se pueden adiestrar a la persona para que pueda alcanzar la mayor autonomía posible dentro de su condición que le permite ser lo más independiente posible. En ambos extremos, nos rendimos a la necesaria integridad del cerebro para delinear nuestro perfil personal, que se reduce a una lista de cotejo que ni siquiera requiere ponerle nombre; se reduce a un hace o no hace. 

Pero los animales llegan hasta allí; no son ciertas las melodramáticas historias plasmadas en libros y películas donde se narra las heroicas hazañas de ciertos animales por proteger, salvar o encontrar a sus dueños o su hogar adoptivo.  Todas esas acciones, si se dieran en la magnitud con la que nos las pintan, responden a una característica propia de los animales llama instinto: no vuelven a casa porque extrañan a su amo, vuelven porque su pequeño cerebro lo reconoce como seguro, y su instinto de conservación lo induce a volver. 


Entonces… donde queda la voluntad?  La capacidad del hombre le permite escoger el bien como única forma de ser libre…de ser feliz. Veamos, la inteligencia nos pone opciones, a mayor conocimiento, seremos capaces de visualizar más caminos, y de descartar con mayor facilidad los que pensamos que no nos convienen. Pero en más de una ocasión, aquello que a con - ciencia (cognitiva por supuesto) hemos decidido hacer o no hacer, resulta más complicado que lo planificado, y o se alargan los tiempo, o no se completa o simplemente ni empezamos lo pautado. Es allí donde realmente somos diferentes a los animales, pues donde ellos hacen lo imposible por alcanzar su meta únicamente porque su instinto de conservación, de apareamiento, de protección, etc lo manda, los seres humanos, la persona humana guiada por su inteligencia, se mantiene y persevera únicamente por su libre voluntad. Sin ella, no podremos alcanzar ni la más ínfima meta que nos propongamos; sin ella no podremos volvernos personas virtuosas puesto que no nos habituaremos a escoger el bien siempre. Aquel bien que nos hace libres, que no nos esclaviza y genera vicios. Aquel bien que nos lleva a la felicidad.


Pérez López, J.A. (1993). Fundamentos de la dirección de empresas, Rialp, Madrid
 (www.deficion.de)
Isaacs, David. La educación de las virtudes humanas. Eunsa. Ediciones universidad de navarra 15ªed.