Por: Jorge Pallarés
Muchas de las decisiones que se tienen que tomar en una organización hay que tomarlas en equipo y en particular, en los equipos de dirección. Para que las decisiones sean de mayor calidad, un equipo debe ser lo más heterogéneo posible. Si los miembros que componen un equipo de dirección tienen muchas características comunes, probablemente tendrán muchos puntos de vista en común y las decisiones serán de peor calidad, puesto que cuanto más distintos sean los ángulos desde los que se ve una situación, mejor perspectiva se tendrá de ella.
Esta heterogeneidad genera mayores conflictos a la hora de llegar a una decisión. El conflicto es bueno siempre que sea un conflicto cognitivo, es decir, un conflicto sobre el asunto que se está discutiendo. El peligro es cuando se llega al conflicto afectivo, cuando la diversidad de opiniones deriva en adversidad entre las personas.
Es importante que el responsable del equipo, el que en definitiva tiene la última palabra en la decisión, facilite la libre exposición de opiniones. Para ello debe ganarse la confianza de los miembros del equipo, que es una de las cualidades más importantes de un directivo.
En una decisión en equipo no debe haber ganadores y perdedores, sino que debe ser fruto de la aportación de cada uno de los miembros. Para ello, el responsable debe conseguir que el debate se centre en lo que se discute y no sobre quien tiene razón y quien no la tiene. Los equipos pierden toda su eficacia cuando cada bando pretende imponer su alternativa sin atender a las razones de los demás. Es vital para el buen funcionamiento de los equipos de dirección la confianza que pueda inspirar su responsable. Confianza que procede de que no se dude de su capacidad ejecutiva y de que no va a utilizar su poder en beneficio propio sino al servicio de que surja la mejor decisión posible.
En equipo se trabaja mejor en un entorno de optimismo. Esto es más fácil de conseguir cuando se debate sobre las ideas y no cuando se pretende imponer unas opiniones sobre otras.
El optimismo se define como la propensión a ver y juzgar las cosas en su aspecto más favorable. La gran diferencia que marca a un optimista de un pesimista es la actitud con la que se enfrenta a las cosas, las personas optimistas son más perseverantes y exitosas, la actitud optimista se contagia y, por tanto, ayuda a crear entornos de trabajo más exitosos y competitivos. El optimismo es una necesidad, no solo en el contexto que nos ayuda como individuos a ser más felices, sino también en un entorno empresarial convulso, en el que las compañías luchan por salir airosas. Podríamos decir que el optimismo forma parte de las competencias necesarias que debe aportar el personal de una empresa.
Muchas veces el último responsable de una organización, al querer tener la situación controlada e intentar asegurar que todas las cosas salen según su plan, toma él todas las decisiones y espera que sus subordinados las ejecuten tal y como él las ha concebido. No deja margen de actuación. Esto no hace más que frustrar a su gente reduciéndolos a meros ejecutores.
A las personas en estas organizaciones, que son personas con libertad, con capacidad de aprender y con una dimensión afectiva, si son valiosas, se les debe facilitar su desarrollo como directivos.